domingo, 3 de septiembre de 2017

Relato corto


----Primera parte---

Estaba en Estado de shock. Con un cigarrillo encendido y la mirada perdida me encontraba torturandome, trayendo recuerdos contigo a mi mente. El cigarro se consumió y me quemo la punta de los dedos. Ahí volví al mundo terrenal. Decidí dejar la esquina en donde estaba tirado y comencé a caminar sin rumbo fijo. Cabizbajo no vi el semáforo peatonal en rojo y un auto paso muy cerca mio. El conductor me tocó bocina mientras hacía ademanes hacia mi. Llegué a una plaza y me senté en uno de sus bancos. Fumando nuevamente mire al cielo, lo contemple un largo tiempo. Esto me serenó. Un hombre se me acercó para pedirme fuego y me pregunto si me molestaba si se sentaba a mi lado. Ninguno de los dos habló por un largo rato. Decidido en irme, aunque no sabía a dónde, me levanté. El extraño hizo lo mismo. Me frenó cuando quise avanzar y me dijo “no necesitas de nadie más que de ti mismo”. Esto me desconcertó. “¿Nos conocemos?” le pregunté mirándolo con detenimiento para intentar entender quién era este hombre. “No lo olvides, sólo tú puedes moldear tu vida a tu gusto y luchar por tus creencias, aferrado a tus valores y tus habilidades”. El hombre dio media vuelta y se dispuso a irse en sentido contrario al mío. Quedé perplejo.
El ruido de un auto al frenar me despertó. Me encontraba en aquella esquina, apoyado a la pared, en donde pensando me había quedado dormido. Estaba todo sudado. El sueño había sido muy real. Intente recordar el aspecto del hombre pero no lograba enfocar su rostro en mi mente, aunque sus palabras hacían eco aún en mi. Decidí dirigirme a la plaza a la que fui en mi sueño. Esta vez, frene al ver el semáforo peatonal en rojo. El mismo auto que casi me atropella en mi sueño pasó rápidamente. Cruzando ya la calle observé un letrero que no había visto en el sueño: “Respete el semáforo de paso peatonal”. A tan sólo una esquina un vagabundo, echado en el suelo con una manta encima me pidió dinero o comida. Accedí a darle al señor unos pesos para que comprara algo para beber y comer. El hombre agradecido me dio la mano sonriente. Eso fue de alguna manera reconfortante para mi. Llegué a la plaza y me senté en el mismo Banco. El tiempo pasó pero nadie se acercó. Se hacía tarde y al día siguiente debería ir a trabajar por lo que emprendí marcha hacia mi casa.
Un trayecto de reflexión. En cómo habían sucedido las cosas. En porque no debería estar angustiado cuando la otra persona no piensa ni siente igual que uno. En que el futuro al fin, se escribe cada día. Las estrellas me miraban brillantes. Al bajar la vista logro visualizar que a un hombre a unos 20 metros más adelante se le había caído algo de su mochila. Recogí lo caído y era un papel escrito. El hombre había doblado hacia su derecha en la esquina pero, al doblar no lo vi. No sabía si había entrado en alguna casa cercana o como había desaparecido.
Parado en la esquina leí el papel: “quien se quiere a si mismo, respeta y es generoso se le abrirá el camino para desarrollar sus habilidades mientras camina por su sendero a paso firme.”
El mensaje era claro. Seguía escuchando la voz del hombre de mi sueño y releyendo el papel. Ya en mi cama logré dormirme rápidamente, calmo y seguro de que el día siguiente sería mejor que el de hoy y que yo tendría las riendas de mi vida siempre, a pesar de haber creído que dependía de compañía.
Que la soledad no me desespere, que la fe en mí no se marche y que mis días sean plenos ya que son únicos y no volverán a repetirse. Esa fue mi conclusión. Entendí que cada paso que damos, hacia adelante o hacia atrás, son producto de nuestras decisiones. Y así sería de ahí en mas.

-- SEGUNDA PARTE --

“No necesitas de nadie más que de ti mismo”. Una frase que me había marcado a fuego y con la cual salí a flote de un hundimiento causado por mi poco amor propio y mi apego a un tercero. Pero la frase quedó hueca. Ya no le creía. Sentía mi mundo desmoronarse y con el pecho lleno de angustia me preguntaba que iba a ser de mi. El cigarro había vuelto a mi mano luego de haberlo evitado años. Estaba nervioso y angustiado. Llevaba semanas así, con un certificado médico que diagnosticada “depresión post traumática”, que evitaba que pierda el trabajo, por lo menos por ahora. Mi vieja se había ido. De repente. Pum, un pestañeo y su vida acabó y yo sin poder hacer nada por ella. Salí del bar al cual concurría periódicamente. Era muy tarde ese martes de febrero, pero para mi todos los días eran iguales. Me dolía la cabeza, como de costumbre había bebido de más. Caminé hasta la plaza. Solía ir ahí luego de mi suceso pasado, pero desde la muerte de mi madre la había evitado. Busqué mi banco y sentado con los codos en las rodillas y mi cabeza mirando el suelo comencé a llorar. Un sujeto se sentó a mi lado asustandome. Levanté la mirada y perplejo, aunque nunca había recordado su rostro, reconocí que era el hombre de mi sueño. El mismo que dejó caer el papel con la nota. El que me había envalentonado a vivir libre y sin miedos. Me levanté y enfurecido le grité, como si él tuviese alguna culpa, que se vaya. Mi borrachera ayudó a violentarme aún más. Abruptamente lo levanté del banco y, junto con mis gritos un poco inentendibles, lo empujaba para que se largara. Sin embargo el hombre siguió de pie ahí, sereno ante mi rabia.“Deja de preguntarte que podrías haber hecho para salvarla y empieza a pensar que puedes hacer para que se sienta orgullosa en donde te esté observando” me dijo seriamente. Mi confusión era enorme. ¿Mi visión me fallaba? Creí por un instante reconocer al hombre. “Que su recuerdo viva en tu mente y así ella vivirá a través de ti” continuó diciendo duramente, como si fuera un reto. Sentía que me caía mientras todo oscurecía.Desperté en una cama. No sabía donde me encontraba. Mientras conseguía abrir mis ojos despacio, se repetía en mi mente ese episodio. Sentía que mi cabeza estallaria de dolor. Una joven se acercó y rápidamente llamó a otras personas. Ahí me di cuenta que me encontraba en un hospital. Los médicos me chequearon mientras me hacían preguntas. “Mi madre está muerta” dije. Asombrados ante mis primeras palabras, los doctores me pidieron que les cuente todo lo que recordaba. Pero yo no recordaba. Sólo sabía que era así. Me explicaron el accidente automovilístico que habíamos sufrido con mi madre, confirmando su muerte, y que yo llevaba tres semanas en coma. No necesite asimilar nada. Yo sentía haber vivido esas semanas. Yo era consciente de su muerte en mi memoria sin haberla visto, dado la gravedad del accidente.“Que su recuerdo viva en tu mente y así ella vivirá a través de ti” fueron las palabras del hombre. Del que logré reconocer antes de despertar del estado de coma. Aunque nunca lo conocí debido a que falleció mientras mi madre estaba embarazada de mi, si había visto fotos de él. Era mi padre. Él me había guiado todo este tiempo. Y ahora tendría una guia más. Una que me había dejado valores y principios. Que me había enseñado a ser un hombre de bien. Y que, como dijo mi padre, en donde se encontrara, estaría esperando verme vivir la vida aprovechando cada minuto y siendo feliz. Entendí que, como todos, podía demostrar debilidad y angustia ante ciertas situaciones pero no podía rendirme. De hacerlo el espíritu de mi madre desaparecería conmigo y mi alma estaría como en mis vivencias en estado de coma, hueca y maltratada. La extraño horrores. Pero sin culpas marcho, poniendo su imagen en mi mente y recordando sus enseñanzas para poder saltear así las complicaciones de la vida diaria.

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