lunes, 25 de septiembre de 2017

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El abuelo, ese que cobra la jubilación mínima, abre su heladera y se pregunta que carajo es una tablet.
El señor, ese que se moviliza en todo lugar en silla de ruedas, no sabe como pagará la luz sin poder trabajar al no estar en igualdad de condiciónes.
El joven, ese que tenía buenas notas en la escuela, se resigna a seguir estudiando por tener que ayudar a sus padres a traer el pan a la mesa.
El niño, ese que nació en un hogar humilde, aún no entiende el sacrificio de su familia para poder vestirlo y alimentarlo ante la escasez de un trabajo bien remunerado.
El bebé, ese que llora y el vecino se pregunta que le estarán haciendo, levanto fiebre de tanto frío y el hospital del lugar está colapsado y los remedios inaccesibles.
El hombre, ese que tiene los medios para poder cambiar la realidad de muchos, se llena la boca de promesas con su billetera llena sin concretar una idea, dejando al pueblo desamparado por ser un inoperante con poder, mientras los aumentos cierran desde fabricas a Kioscos, causan despidos y generan impotencia.

El Nido

A la vuelta de mi casa, junto a la despensa, se encontraba el nido. Una antigua casa, bastante descuidada. Con sus pastos largos en el frente y la puerta de entrada de metal oxidada, era el refugio de una familia cuya madre había criado allí a 8 niños, de varios padres distintos. De ahí el apodo del lugar, en modo de burla y con un dejo de desprecio ante la precariedad de la misma entre tantas casas bien arregladas de vecinos de clase media, prejuiciosos y altaneros.
El nido aún albergaba a los 8 y su madre, quien también era abuela de 4 pequeños, hijos de dos de sus hijas mayores.
Desde los primeros a los últimos hijos, la madre demostró poca paciencia e inclusive violencia verbal y física hacia los 8. Por esto no era querida en el barrio, pero no por ello sus hijos debieran estar considerados de la misma manera. Fueron bebés, niños y adolescentes sin contención. Sin un mimo ni una demostración de cariño. Lo se porque Josefina, una de las del medio, concurrió a la primaria conmigo, aunque luego se vio Obligada a abandonar en 2do año para ayudar en la economía del hogar.
Desde que tengo memoria la recuerdo llevando a los más chicos al comedor diario en donde al menos tenían una comida caliente todos los mediodías. Eran 30 cuadras hasta allí pero nada la detuvo para, en su bicicleta con carro detrás, pedalear de lunes a viernes por amor a ellos. Siempre me pregunté de dónde pudo sacar amor sin haberlo recibido nunca. Su corazón siempre fue lo que mantuvo a su familia de pie, aguantando a sus hermanos mayores totalmente ajenos a ayudarla en nada.
Eso era sólo una de sus tareas diarias. El sustento económico de los 8 y su madre había sido, casi en su totalidad, responsabilidad de ella desde sus 9 años. Josefina salía a diario a vender tortas fritas, pastafrolas, bizcochuelos entre otras cosas que ella misma hacía, para llevar un plato de comida caliente para cada miembro de su familia. “Así la explotaban” siempre pensaba yo, con bronca del aprovechamiento ante su bondad y sacrificio. Una bronca que nunca utilicé para darle una mano. Simplemente me causaba pena, pero no me entrometí en la causa.
Una tarde la volví a ver vendiendo sus comidas puerta por puerta. Estaba ojerosa y desarreglada. Se le notaba el cansancio sin necesidad de hablarle. Solo la salude, mientras seguí mi marcha por la vereda de enfrente. Con vergüenza. Casi sintiendo culpa por no ayudarla, con sus ventas, con su familia, con su vida. Es que Josefina era una de esas compañeras fieles. Habíamos entablado una buena amistad en los años que coincidimos en la escuela. Diría (creo) que fui el único que entró al nido, y lo hice en varias ocasiones.
Un lunes lluvioso, de esos fríos de invierno que te congela los huesos, pasó por enfrente de mi casa con su bandeja. Le grité y ella vino hacia mi. Salí de la casa, mojandome y sintiendo el frío. El frío que ella soportaba con tal de vender unas tortas. “¿Qué sucede?” me preguntó temblorosa. Sus labios estaban pálidos. Y El piloto que llevaba puesto no tenía capucha, por lo cual tenía su largo pelo enteramente mojado. “Pasa a mi casa, tomemos un café caliente” le dije sonriente. Su cara ni se inmutó ante mi invitación. Sólo dijo “Tengo que seguir, hoy no fue un día de muchas ventas”. Pispeando lo que tenía en la bandeja vi unas tortas fritas y dos bizcochuelos con sólo algunas porciones faltantes. “Te compro todo lo que hay en tu bandeja, sólo para que pases a tomar café y puedas secarte. Hace demasiado frío”. Josefina se detuvo a pensar un instante, mirando para la calle y luego a mi, como evaluando mi propuesta. “Está bien” contestó tímidamente.
Hablamos un par horas. Me enteré de muchas cosas de su vida que nunca me había contado. Josefina había vivido hasta sus 7 años con su padre, quien la había educado en base a los valores más importantes: respeto, amabilidad, cortesía, no mentir, esforzarse al máximo para cumplir sus metas, responsabilidad. Ahí entendí porque era como era. Luego su padre murió de cáncer y ella cayó en el nido como una extraña. Pero nunca perdió sus principios. De tan chiquita, una niña, asumió que debía cuidar a sus dos hermanas y su hermano menores que ella. Luego el resto le sacaba provecho, sin importarles. “Hacía mucho no hablábamos” me dijo, “exactamente 5 años y 3 meses” continuó diciendo. Al ver que yo la miraba perplejo, aclaró “es el tiempo que hace que tuve que abandonar la escuela”.
Pasamos una linda tarde y aunque ella no lo quería aceptar la di unas milanesas que tenía en el freezer para que pueda llevar al nido. Me agradeció y la vi sonreír por primera vez en la tarde. Su sonrisa la hacía ver distinta. Podía haberme quedado viéndola un buen rato. “Eres más linda sonriente” le comenté. Ella se sonrojo, mirando para sus costados incómoda. “Deberías usarla más seguido” concluí diciendo.
Esa, aunque yo aún no lo sabía, había sido la bisagra de una relación de aprecio mutuo incesante. Luego de aquella tarde todo cambió. Charlabamos muy a menudo e inclusive la ayudaba a salir a vender su mercadería. Intenté cocinar con ella pero la cocina no era lo mío. Sin embargo si lo era la venta. Entusiasmados pudimos recolectar dinero extra, ocultandolo de los demás miembros de su familia. Josefina no dejó de ayudar a su familia y nunca lo haría, pero había aprendido de mi que podía ser más ambiciosa en cuanto al destino que podía darle a su vida. Sus sonrisas aparecían con más frecuencia y eso me llenaba el corazón.
Después de varios meses y con la ayuda de mi padre decidimos comenzar un negocio juntos.Un pequeño bar, en donde ella cocinaba y yo atendía al público. No sólo ella había crecido y se valoraba más, también yo lo hice dado que al terminar la secundaria no había hecho nada más que vivir de mis padres. Así nos encontramos hoy. Juntos, socios y mejores amigos. Aprendimos uno del otro, y entendí que no vale nada quedarse sentado esperando que se solucionen los problemas tanto ajenos como propios. Salir a buscarlos era la única opción. Y su sonrisa borró mi culpa. Y su progreso fue mi progreso. Y sus límites ante el abuso sus hermanos del nido fueron impuestos. Y así, liberó su potencial. Liberó su alma sacrificada, para ponerla en acción para el bien propio, dando a su familia lo necesario pero ya sin dejarse pisotear. Su alegría fue la mía y viceversa.
Hoy estoy muy feliz. Ganó la perseverancia. Ganó la voluntad. Ganó una persona de bien.

Luna




La Luna se marchó al cielo cuando decidió que desde allí podría guiarnos.
Se amigó con el sol para que él cubra el planeta de luz cálida en el día. Y ella prefirió la timidez de la oscuridad nocturna.
Su brillo intenso, cuando está bien redonda, me hace imaginarla contenta.
Cuando casi no es visible, las estrellas son las que mas brillan, para animarla.
Y yo, sólo la retrato porque me gusta. Verla contenta cubriendo al cielo. Verla brillar, en su máximo esplendor.

El que ve y no hace nada es cómplice de la miseria.

Me miró en el suelo muerto de frío y exclamó "pobre tipo" mientras continuaba su marcha.
Le pedí una limosna y esquivó mi ropa sucia reclamando que vaya a laburar.
Le puse onda al subte con mi guitarra mientras observaban mis rastas juzgando y a su vez en el siguiente vagón le devolvían las estampitas de la Virgen al nene que tenía hambre afirmando que sus padres lo usaban para dar lástima.
La señora del segundo piso gritaban que la ayuden mientras era maltratada por su esposo y en todo el edificio subían el volumen de la música.
La alarma sonó toda la noche y los vecinos quedaron indignados por el robo al levantarse por la mañana.
El auto no paro al verme haciendo dedo preocupado por su seguridad, cuando yo ya estaba muy cansado para caminar.
El gordito del aula de 2do grado lloraba de tanto soportar que lo humillen y la maestra lo apartaba del grupo sin decirles nada al resto.
Y así mil historias más a diario.
Respeto y generosidad por favor.
Que no se pierda el humanismo y la mutua colaboración.
Todos juntos es mejor.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Relato corto


----Primera parte---

Estaba en Estado de shock. Con un cigarrillo encendido y la mirada perdida me encontraba torturandome, trayendo recuerdos contigo a mi mente. El cigarro se consumió y me quemo la punta de los dedos. Ahí volví al mundo terrenal. Decidí dejar la esquina en donde estaba tirado y comencé a caminar sin rumbo fijo. Cabizbajo no vi el semáforo peatonal en rojo y un auto paso muy cerca mio. El conductor me tocó bocina mientras hacía ademanes hacia mi. Llegué a una plaza y me senté en uno de sus bancos. Fumando nuevamente mire al cielo, lo contemple un largo tiempo. Esto me serenó. Un hombre se me acercó para pedirme fuego y me pregunto si me molestaba si se sentaba a mi lado. Ninguno de los dos habló por un largo rato. Decidido en irme, aunque no sabía a dónde, me levanté. El extraño hizo lo mismo. Me frenó cuando quise avanzar y me dijo “no necesitas de nadie más que de ti mismo”. Esto me desconcertó. “¿Nos conocemos?” le pregunté mirándolo con detenimiento para intentar entender quién era este hombre. “No lo olvides, sólo tú puedes moldear tu vida a tu gusto y luchar por tus creencias, aferrado a tus valores y tus habilidades”. El hombre dio media vuelta y se dispuso a irse en sentido contrario al mío. Quedé perplejo.
El ruido de un auto al frenar me despertó. Me encontraba en aquella esquina, apoyado a la pared, en donde pensando me había quedado dormido. Estaba todo sudado. El sueño había sido muy real. Intente recordar el aspecto del hombre pero no lograba enfocar su rostro en mi mente, aunque sus palabras hacían eco aún en mi. Decidí dirigirme a la plaza a la que fui en mi sueño. Esta vez, frene al ver el semáforo peatonal en rojo. El mismo auto que casi me atropella en mi sueño pasó rápidamente. Cruzando ya la calle observé un letrero que no había visto en el sueño: “Respete el semáforo de paso peatonal”. A tan sólo una esquina un vagabundo, echado en el suelo con una manta encima me pidió dinero o comida. Accedí a darle al señor unos pesos para que comprara algo para beber y comer. El hombre agradecido me dio la mano sonriente. Eso fue de alguna manera reconfortante para mi. Llegué a la plaza y me senté en el mismo Banco. El tiempo pasó pero nadie se acercó. Se hacía tarde y al día siguiente debería ir a trabajar por lo que emprendí marcha hacia mi casa.
Un trayecto de reflexión. En cómo habían sucedido las cosas. En porque no debería estar angustiado cuando la otra persona no piensa ni siente igual que uno. En que el futuro al fin, se escribe cada día. Las estrellas me miraban brillantes. Al bajar la vista logro visualizar que a un hombre a unos 20 metros más adelante se le había caído algo de su mochila. Recogí lo caído y era un papel escrito. El hombre había doblado hacia su derecha en la esquina pero, al doblar no lo vi. No sabía si había entrado en alguna casa cercana o como había desaparecido.
Parado en la esquina leí el papel: “quien se quiere a si mismo, respeta y es generoso se le abrirá el camino para desarrollar sus habilidades mientras camina por su sendero a paso firme.”
El mensaje era claro. Seguía escuchando la voz del hombre de mi sueño y releyendo el papel. Ya en mi cama logré dormirme rápidamente, calmo y seguro de que el día siguiente sería mejor que el de hoy y que yo tendría las riendas de mi vida siempre, a pesar de haber creído que dependía de compañía.
Que la soledad no me desespere, que la fe en mí no se marche y que mis días sean plenos ya que son únicos y no volverán a repetirse. Esa fue mi conclusión. Entendí que cada paso que damos, hacia adelante o hacia atrás, son producto de nuestras decisiones. Y así sería de ahí en mas.

-- SEGUNDA PARTE --

“No necesitas de nadie más que de ti mismo”. Una frase que me había marcado a fuego y con la cual salí a flote de un hundimiento causado por mi poco amor propio y mi apego a un tercero. Pero la frase quedó hueca. Ya no le creía. Sentía mi mundo desmoronarse y con el pecho lleno de angustia me preguntaba que iba a ser de mi. El cigarro había vuelto a mi mano luego de haberlo evitado años. Estaba nervioso y angustiado. Llevaba semanas así, con un certificado médico que diagnosticada “depresión post traumática”, que evitaba que pierda el trabajo, por lo menos por ahora. Mi vieja se había ido. De repente. Pum, un pestañeo y su vida acabó y yo sin poder hacer nada por ella. Salí del bar al cual concurría periódicamente. Era muy tarde ese martes de febrero, pero para mi todos los días eran iguales. Me dolía la cabeza, como de costumbre había bebido de más. Caminé hasta la plaza. Solía ir ahí luego de mi suceso pasado, pero desde la muerte de mi madre la había evitado. Busqué mi banco y sentado con los codos en las rodillas y mi cabeza mirando el suelo comencé a llorar. Un sujeto se sentó a mi lado asustandome. Levanté la mirada y perplejo, aunque nunca había recordado su rostro, reconocí que era el hombre de mi sueño. El mismo que dejó caer el papel con la nota. El que me había envalentonado a vivir libre y sin miedos. Me levanté y enfurecido le grité, como si él tuviese alguna culpa, que se vaya. Mi borrachera ayudó a violentarme aún más. Abruptamente lo levanté del banco y, junto con mis gritos un poco inentendibles, lo empujaba para que se largara. Sin embargo el hombre siguió de pie ahí, sereno ante mi rabia.“Deja de preguntarte que podrías haber hecho para salvarla y empieza a pensar que puedes hacer para que se sienta orgullosa en donde te esté observando” me dijo seriamente. Mi confusión era enorme. ¿Mi visión me fallaba? Creí por un instante reconocer al hombre. “Que su recuerdo viva en tu mente y así ella vivirá a través de ti” continuó diciendo duramente, como si fuera un reto. Sentía que me caía mientras todo oscurecía.Desperté en una cama. No sabía donde me encontraba. Mientras conseguía abrir mis ojos despacio, se repetía en mi mente ese episodio. Sentía que mi cabeza estallaria de dolor. Una joven se acercó y rápidamente llamó a otras personas. Ahí me di cuenta que me encontraba en un hospital. Los médicos me chequearon mientras me hacían preguntas. “Mi madre está muerta” dije. Asombrados ante mis primeras palabras, los doctores me pidieron que les cuente todo lo que recordaba. Pero yo no recordaba. Sólo sabía que era así. Me explicaron el accidente automovilístico que habíamos sufrido con mi madre, confirmando su muerte, y que yo llevaba tres semanas en coma. No necesite asimilar nada. Yo sentía haber vivido esas semanas. Yo era consciente de su muerte en mi memoria sin haberla visto, dado la gravedad del accidente.“Que su recuerdo viva en tu mente y así ella vivirá a través de ti” fueron las palabras del hombre. Del que logré reconocer antes de despertar del estado de coma. Aunque nunca lo conocí debido a que falleció mientras mi madre estaba embarazada de mi, si había visto fotos de él. Era mi padre. Él me había guiado todo este tiempo. Y ahora tendría una guia más. Una que me había dejado valores y principios. Que me había enseñado a ser un hombre de bien. Y que, como dijo mi padre, en donde se encontrara, estaría esperando verme vivir la vida aprovechando cada minuto y siendo feliz. Entendí que, como todos, podía demostrar debilidad y angustia ante ciertas situaciones pero no podía rendirme. De hacerlo el espíritu de mi madre desaparecería conmigo y mi alma estaría como en mis vivencias en estado de coma, hueca y maltratada. La extraño horrores. Pero sin culpas marcho, poniendo su imagen en mi mente y recordando sus enseñanzas para poder saltear así las complicaciones de la vida diaria.