miércoles, 11 de octubre de 2017

No culpemos a los lunes II

En mi búsqueda desesperada porque llegue mi dia de franco o una fecha patria para no tener que laburar, me encuentro este lunes, desanimado y fastidioso. Pareciera que después del descanso mi jefe quisiera exprimir a fondo al lunes para compensar ese día de trabajo “perdido”. Entre decenas de papeles y enceguecido de tanto mirar fijo al monitor de la pc, tuve que soportar la cola en el banco y mi paciencia estaba a punto de colapsar.
En eso, mientras esperaba sentado mi turno para pasar una señora se acercó y me dio su número que era 13 veces menor al mío. “Toma jóven, no puedo esperar más y veo que tienes prisa” me dijo y se marchó con un cordial saludo hacia mi. La señora me salvó al menos de 40 minutos más de cola por lo que pude ir a casa a almorzar y bañarme a las apuradas para regresar a la oficina.
Ese lunes era el día del empleado de comercio, día que se trabajó igual dado a la demanda de tareas a realizar. Yo no tenía idea, se me había pasado de largo. Mis compañeros habían organizado el juego del “amigo invisible” y yo avergonzado les dije que no había hecho tiempo de conseguir un presente como excusa. Después de todo, saben que soy el que más horas pasa ahí y además que tengo a mi madre en cama con una fuerte gripe y debía cuidarla fuera de mi horario laboral. Ellos de muy buena manera recalcaron que no había ningún tipo de problema ante mi olvido.
Josefina, una de mis compañera, resultó ser mi amiga invisible. El contenido del paquete era un juego de mate. Termo, azucarera, yerbera, bombilla y un muy práctico bolso para poder llevar todo. Además me dio un paquete de yerba importada de Uruguay. Le agradecí enfáticamente comentandole que su regalo era muy costoso y que no debía haberse gastado en algo tan caro. Ella hizo caso omiso a mi preocupación monetaria. Aún peor fue cuando recordé que yo era el amigo invisible de ella y, como había dicho, no tenía ningún regalo para darle. Sin embargo, lejos de ofenderse, me dijo, “podríamos estrenar el mate un día de estos y buscas mi regalo”. Eso transformó mi fastidio en una radiante sonrisa de oreja a oreja durante el resto del día dado a que es una joven muy linda a la cual nunca me había animado a invitar ni un café.
Se hacía tarde y a pesar de que me debería haber ido de la oficina hacía media hora, continuaba allí intentando ponerme al día.
En eso una lluvia torrencial se hizo presente en la tardecita de ese lunes de primavera, un día de demasiado calor y mucha humedad.
“Estoy a 40 cuadras de mi departamento y los colectivos estarán repletos” pensé.
Unos minutos más tarde el encargado de mi sector se hizo presente en mi despacho. Se sentó frente a mi, estrecho mi mano e increíblemente me felicitó por mi buen rendimiento, lo cual era muy extraño ya que él era una persona muy fría y generalmente quejosa ante todos nosotros. Me comentó que estaba muy satisfecho con mis labores e incluso que me recomendaría para ocupar otra oficina con mejores prestaciones y pagos.
Salimos juntos del edificio y se ofreció a alcanzarme unas cuadras para no tener el gasto de un taxi. Hablamos de política y el Estado económico del país. Una charla agradable e intensa.
Ya en mi hogar, calmado y contento, senti rabia ante mi mismo al darme cuenta que muchas veces trabajaba a desgano y con mal carácter a pesar de ser responsable. Y note que el resto del equipo, tal cual este 25 de Septiembre, lo hacía de manera distendida y agradeciendo poder tener un trabajo digno que lo beneficie con el poder de sentirse útil además del rédito económico que nos hacía vivir, sin lujos, pero con tranquilidad.
El trabajo dignifica Y nos hace crecer. Socializar y ganar amistades.
No hay que desperdiciar la oportunidad de seguir aprendiendo a diario.

El pibito del grande

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Siento que vuelvo
a las equinas apreciadas
a jugar al fulbo’.
Con la pelota deshilachada
y rebotandola contra la pared
respiro esa infancia
inocente, emocionalmente libre
sin apuros ni preocupación,
con esa paz de niño
crecido en potrero de barro
alimentado de mimos.
En la lejanía del tiempo
renazco con ese recuerdo,
afilando lo desgastado
desocupando un tiempo
para conmemorar
que el niño crecido está ahí
empeñado en que lo deje salir a jugar
enquilombando la rutina
de la manera más pura
exiliado así el problema,
anti estructural
práctico y rico en felicida’.
Regresando al tablón
con el asado del Domingo
positivamente oportuno
con una dosis de frescura
que me hizo temblar emocionado
al sentir volver a estar
en ese país de fantasías
alocadamente regenerativo
inmensamente sano
de un cuento que no termina
mientras no lo dejé de contar.